
Si existe un lugar en el mundo en el que, al café se le rinda culto, ese lugar fue, es y será Buenos Aires. En épocas pasadas, cuando el tiempo tenía otro valor para los porteños,el café fue la cita obligada de tangueros, poetas, enamorados y soñadores. Dicen que alrededor de un pocillo de café, los argentinos somos capaces de arreglar el mundo o formamos una selección de fútbol.
Casi no existen discusiones acerca del primer café que se instaló en la ciudad. Los distintos historiadores que se ocuparon del tema parecen haberse puesto de acuerdo; Esos cafés son el antecedente de lo que terminó convirtiéndose en una institución porteña. Ayer como hoy, distintas tribus invadieron sus mesas, al punto de distribuirse la clientela según el bando al cual se perteneciera.
Un poco más acá en el tiempo, el Café, si bien no perdió la influencia de la política en sus mesas, comenzó a ser el escenario propicio para la divulgación de lo que más tarde se convertiría en la música distintiva de Buenos Aires: el tango. Resulta insoslayable aventurarse a escribir sobre los cafés de Buenos Aires sin referirse al tango y su nacimiento, puesto que fue precisamente en ellos donde se inicio el más popular de los ritmos rioplatenses.