Sempiterna vejez. Un cuento adaptado
sábado, 7 de febrero de 2015
Sempiterna vejez*
Lujan era un bálsamo en la vorágine
laboral. Por aquellos tempranos años de la década del noventa, mi trabajo de
gestoría me llevaba por distintos municipios del conurbano.
Había advertido que a los
profesionales de la construcción, les molestaba mucho tener que lidiar con la
burocracia de los estados municipales para aprobar los planos de sus obras, así
que me dije “acá esta el yeite” y de a poco me fui inscribiendo en los
principales municipios del conurbano para abrirme la puerta ante los posibles
trámites que podría llegar a tomar.
Así, empecé a publicitarme entre
los profesionales que conocía y poco a poco, el negocio empezó a caminar. Así,
pasaba mis días recorriendo el conurbano, un día La Matanza, al otro Avellaneda
y después Quilmes.
Pero un día, uno de mis clientes
habituales me dice:”Salió una obra en Lujan, ¿llegas hasta allá?”, por supuesto
que sí fue mi respuesta.
La mayoría de las veces iba en mi
automóvil, arribaba por uno de los puentes anteriores a la entrada principal,
permitiéndome ir conociendo un poco más los arrabales lujanenses, una zona más
amplia de lo que uno conoce del casco ‘basílico’ de la ciudad.
Entrar al municipio de Luján era
llegar a un territorio todavía no contaminado por la burocracia estatal como el
de las grandes comunas vecinas a Capital Federal. Sí hasta el propio Director
atendía al público en lugar de un empleado raso.
Empecé a disfrutar ir a Lujan. Me
programaba un día por semana a modo de relax, y me di cuenta que disfrutaría
más aún, si me llegaba hasta allá en colectivo. La ahora desaparecida ‘Lujanera’,
la línea 52, era un micro de media distancia, con asientos reclinables, que
saliendo desde Once llegaba hasta Lujan, y como yo viajaba en contra de la
corriente de trabajadores, el viaje era bastante placentero. Aprovechaba el
viaje para dormitar. Al bajar en la terminal de Lujan, encaraba para la calle
San Martín y por ella, derecho hasta la Municipalidad.
Terminada la faena me gustaba ir a
caminar por la ancha avenida Humberto Primo, con su boulevard florido y
arbolado, recuerdo que la recorría hasta chocarme con la imponente escuela
Florentino Ameghino, ahí en el cruce con la avenida España. Mucha tranquilidad
para plena hora de trabajo.
Era un paseo que disfrutaba mucho,
pensando en las convulsionadas calles de San Justo, la avenida San Martín en
Caseros o Mitre camino a Quilmes.
Terminada la caminata, con mi
morral, carpetas municipales y planos, desandaba las calles hasta la terminal
de ómnibus, normalmente esto sucedía indefectiblemente cerca de las 12 del
mediodía, así que al llegar, solía comer y tomar algo.
Solía parar en uno de los barcitos
al paso que tiene la terminal, me acerque al mostrador y espere que apareciera
alguien, en un momento salio de la cocina un joven con delantal azul de manga
corta con una cabellera bastante aceitosa.
- ¿Esta cerrado?
– Le pregunte. El fulano meneo la cabeza, como con disgusto, “Estamos
limpiando” me dijo.
- ¿Se puede
pedir algo? –Asintió con la cabeza-. Pedí dos tostados y una cerveza. Cuando otee
sobre mis hombros, note que no había mesas armadas, solo había una y estaba
ocupada por un caballero. Cuando advirtió mi mirada me invito a su mesa. La
verdad es que mi pedido ya marchaba y no había otro lugar para sentarse,
observé que el tipo tenía sobre la mesa un buen vino tinto, muy bueno para la
clase de lugar, así que acepte el convite.
Era un hombre mayor, unos casi
setenta años le calculo, por su pelo blanco, su incipiente barba de un par de
días y grandes surcos que poblaban su frente, eso sí, estaba muy bien vestido,
un poco antiguo ciertamente, para la temperatura que había en ese momento, el
llevaba un traje con chaleco.
Le agradecí su gesto y resople al
dejar caer mis bártulos.
-¿Cansado? -Me
pregunto
-Bastante
–respondí
-Muchacho,
-llamo al que atendía-, trae otra copa para el señor.
-No
hace falta –le dije-, ya pedí, ya sale lo mío
-No
se me va a negar amigo, por favor, -asentí-. El muchacho trajo otra copa y
tomamos juntos un primer trago de un, reitero, muy buen tinto para el lugar, y
por suerte para mi excéntrico gusto, estaba frío.
-Yo
también estoy cansado. Estas esperas en las terminales siempre me molestaron,
uno está un poco preso de ellos, de que presten el servicio.
-Y sí, a veces
se hacen largas –comente-.
-¡Eternasss!!
-Como en los
aeropuertos, aventure como para semblantear su nivel social.
-Esas son
terribles, esperas de ocho, nueve horas… Como una vez me tocó en Casablanca,
esperando un DC-10.
-Ni que fuera el
tiempo de las diligencias…
-Justamente, siempre
me acuerdo de una larga espere que tuve que soportar en la Posta de Yatasto, ahí en el
Camino Real.
Lo miré sin darle importancia, pero
no entendí bien sus referencias, en verdad me habían llamado la atención.
Comencé a comer mi tostado. Le convide del que quedaba en el plato. –Voy a
pedir otro-, dije. Lo rechazo con una sonrisa.
-Ya
comí, gracias
Observe que perdía su mirada en los
andenes de la terminal, como con nostalgia y recordando.
-Tantas
veces quede varado en esa Posta –repitió para si-, se sirvió otra copa y
completo la mía con la cerveza que había pedido.
-¿Tenia
hambre? –me dijo.
-Si
bastante, el ejercicio vio, le conteste.
-¿Las
mujeres eh?, que cosa hermosa que son, indescifrables, extrañas, oscuras,
-No
en realidad… -esboce mi respuesta, pero me interrumpió-.
-No
hace falta que me cuente amigo, entiendo su reserva, pero vio como es, uno ya
esta un poco mayor y no puede creer como una piba de 20 años pueda fijarse en
uno, sin embargo, la adultez las puede, y es cierto, un pibe de, digamos, veinticinco
años, que puede contarle a una mujer, si ni empezó a vivir, en cambio uno,
puede arrancar con cualquier tema. No le digo que arranque contándole como fue
la noche previa de la revolución de mayo, la previa al 25, que alguna vez use y
con buen resultado.
Ahí lo mire, y pare de comer. Tome
un buen sorbo de cerveza y él continuó:
-Yo
tuve un amigo, Alfonso que en nuestra época salía con una chica de catorce y el
ya tenía cincuenta y tres, cincuenta y cuatro…
-Bueno,
eso no es habitual, es un poco raro…
-Para
nada, en esa época era muy común.
-¿De
que época me habla?
-¿Qué
año, dice usted? –frunció el seño, como tratando de recordar-, sería 1805,
1807, mas o menos.
Deje el vaso en la mesa, un
escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaba frente a un loco. Llevaba casi dos horas
conversando animadamente con un tipo re contra mal de la cabeza, y nada me hizo
sospechar su estado.
-Escuchame
–lo tutee sin dudar-, ¿vos me esta tomando para la joda?
-No
para nada, ¿cómo piensa eso?
-Esta
bien que te empinaste dos tubos de tinto, pero yo estoy bien sobrio.
-No,
no, no se confunda, es que a veces tengo ganas de hablar, y me resulta más
fácil con un extraño, de hecho ya no me quedan amigos, bah, en realidad, todo
el tiempo uno va haciendo amigos nuevos.
-Esta
bien viejo, déjelo así, disfrute se su vino.
-¿Sabe
qué pasa? Yo tengo un defecto.
-Si,
me di cuenta, es un mentiroso.
-No,
ni mucho menos…
-¡Tiene
mala bebida entonces!
-Ojala
fuera eso. Yo tengo una enfermedad.
Fruncí el seño como sospechando
otra locura.
-No
muero –me dijo-.
Ahora si, “cagamos para toda la
cosecha”. Estaba por salir mi micro.
-Por
eso es que recurro a algunas anécdotas, las que me acuerdo, por que ya son
tantos años…
-Me
imagino, -trate de seguirle la corriente-, Así que no te morís, mira vos, debe
ser terrible, y de qué se trata, una especie de reencarnación
-Nada
de eso, se que suena extraño…
-Imagine,
uno no anda encontrándose todo el tiempo con gente inmortal…
-Le
pido que no me cargue, póngase un instante en mi lugar, lo mío es de una
tristeza infinita, ni el alcohol lo mitiga, son tantas ausencias…
-¿Cuánto
años tiene?
-No
podría precisarlo –y perdió su mirada en el techo-.
Faltaba poco para que saliera el
micro, que vale decir, ya estaba en la dársena. Me dio pena, “pobre cristiano”
tampoco le hace mal a nadie. Allá él con su locura, pero, en el adiós, preferí
seguirle la corriente.
-Lo
entiendo, debe estar muy cansado, tanto trajinar, tanta historia vivida. Amigo,
tengo que dejarlo, mi micro esta por salir, ha sido un gusto y un placer, ojala
pueda remediar su situación.
-Gracias,
y perdón por confesarle estas cosas, cuestiones que a un amigo uno le puede
contar, pero… a mi ya no me quedan amigos, solo extrañas compañías
circunstanciales como la suya y no quiero incomodarlo más. Adiós.
Ascendí al micro y el traqueteo me
hizo dormitar. Al despertarme, calculo a la altura de Morón, recordé lo vivido
y llegué a pensar si no había soñado en este corto viaje todo lo que acababa de
vivir. Jamás a nadie le conté esta anécdota.
Pasaron treinta años de aquel
episodio en Lujan. Yo, ya no soy gestor de planos de obra, he tenido varias
ocupaciones, una de ellas y que aún sigo ejerciendo, es el periodismo, por eso,
cuando entre ésta tarde a la sala de conferencias lo reconocí enseguida. Estaba
igual. Disertaba sobre los pormenores de la Revolución de Mayo.
Fije mi mirada en él, se dio cuenta, gesticulo un asentimiento con su cabeza
sin dejar de exponer. Cuando termino, y luego de recibir un cálido
reconocimiento del público que lo aplaudió de pie, se retiro por el pasillo
central de la sala acompañado por los organizadores, cuando paso a mi lado,
sólo me observó con complicidad, no me saludo. Quizás no quiso incomodarme.
MOO
* Adaptación de “Un Hombre Con
Experiencia” de Roberto Fontanarrosa. Con todo mi respeto.
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