Cafetín de Buenos Aires

Sobre tus mesas que nunca preguntan lloré una tarde el primer desengaño

Cafetín

Por los viejos cafetines siempre rondan los recuerdos de un país y de un amor.

Café la humedad

Café La Humedad, billar y reunión. Sábado con trampas.¡Qué linda función!

Por qué escribir sobre 'el café'

sábado, 24 de septiembre de 2011

           Café: Establecimiento público en el que se sirve esta infusión y otras bebidas: en el café de la esquina tenemos una tertulia todas las tardes. Esta es la definición que surge de la consulta al diccionario de la Real Academia Española, ahora bien, en nuestro país, y más precisamente en la ciudad de Buenos Aires, el “café” alcanza nuevos significados, los que a través de este intento trataré de interpretar.
            

             Según Mabel Bellucci, “el café es uno de los pocos sitios a salvo de nuestras inconstancias. Es uno de los pocos espacios comunes a resguardo de la inclemencia de los tiempos. Más allá de que madera y estaño apenas resistan los embates del plástico y la fórmica, los cafés porteños permanecen ... Lugar de encuentros, el café es también escenario para exponer u ocultarse, para la compañía o la soledad ...El café es un continente de la vida, un recipiente de sus contradicciones: allí se hacen y deshacen amistades, se tejen y destejen amores.”
            “Los cafés tienden un puente entre la realidad y las utopías, conjugan encuentro y creación, nos contactan con lo más valioso de nuestro patrimonio y lo más familiar de nuestro mundo cotidiano. En ellos cultura y tradición se relacionan directamente con la esencia de nuestra ciudad”, pontifica Silvia Fajre, en otras de las tantas definiciones de éste lugar tan evocado.
            Muchos, antes que uno, se abocaron a describir el café, Roberto Arlt en “Aguafuertes porteñas”, Leopoldo Marechal en “Adán Buenosayres”, León Benarós, Julián Centeya, Norberto Folimo, Raúl González Tuñon, y tantos otros. La lista sería interminable, pero, ¿por qué los argentinos, casi en legión, nos ocupamos de este recinto mistongo? ¿qué tiene el café para los porteños?; qué resulta de esa frase tan usual entre nosotros “¿nos tomamos un cafecito?”. Tomar un cafecito implica mucho más que la infusión de esta bebida heredada de los españoles que poblaron nuestra pampa a principios el siglo XVIII.
            Tomar un cafecito implica entre otras cosas un intercambio social, quizás el último que aún conservamos intacto los argentinos. Para los porteños, en el café, se arregla un negocio, se discute, se enamoran mujeres, se llora el primer desengaño, se estudia, se lee, se escribe. Y también se disfruta de la soledad, Dalmiro Sáenz suele repetir que jamás podría escribir en silenciosas y formales bibliotecas, será por aquella melodía que todos los cafés trasmiten cuando uno se detiene a pensar en ello: el murmullo de la gente al hablar, el grito de “maaaarche un express” del mozo, el ruido de las cucharas sobre los viejos pocillos de losa blanca, el chasquido de los dedos para llamar al mozo, el gesto del dedo pulgar junto al índice formando la letra U acostada para significar lo que se quiere consumir, la ráfaga de viento que ocasiona el vaivén de izquierda a derecha de  la mano extendida para indicar que el café se quiere cortado. En definitiva y  aún para los tiempos actuales, bien viene recordar la definición de un  habitué del café La Cuyana de Olivera y Rivadavia en el barrio de Floresta: “el café era el epicentro de la vida social, era la sede de la barra. Era el lugar donde pasabas antes de ir a la facultad, al que volvías para comentar como te había ido. Te encontrabas acá con los muchachos antes de ir a declararle tu amor a la chica que querías...constituía el lugar de reunión antes de ir a la  milonga, y el de la vuelta también. El ámbito de la charla profunda y descarnada y el de la sanata. El ocio, el fútbol, la política, la música eran las bolillas que repasabas cada noche”.
            Durante los años sesenta, los argentinos nos identificamos con un programa televisivo que reflejó con acierto a los habitúes del café: Gerardo Sofovich resumió en derredor de una mesa a los distintos arquetipos que suelen pulular en ese reducto porteño: allí estaban el “chanta” - en esa genial interpretación que sólo Fidel Pintos podía darle -, el sabelotodo, el ciudadano común y contemporizador y el humilde e inculto hombre de la calle. A partir de la  mesa de ese polémico bar, algunos muchos nos sentimos identificamos por uno u otro personaje.
            Existen otras circunstancias dentro del café que son dignas de destacar, una de ellas es la mesa a ocupar; la mesa junto a la “ventana” suele ser de las más codiciadas. El que ocupa esa mesa tiene algo de exhibicionista, en el fondo pretende ser visto, quiere que la gente sepa que él está ahí, y está el otro, aquel que si bien es visto desde “el afuera” ocupa ese lugar para ver  desde “el adentro”, es aquel que posee algún rasgo de fisgón.
            De todas maneras, el café siempre será el lugar de paso, que no es lo mismo que ser el lugar para “parar”. Aún hoy, hay quienes “paran” en tal o cual café. “Parar” en un  café implica “ser parte de”, o como dice Mabel Bellucci: “parar en un café es delimitar un territorio propio, un espacio no estrictamente privado pero al cual se pertenece, en el cual uno es reconocido, donde se ejerce la socialidad, puesto que para el que ‘para’ sistemáticamente en un café ese espacio suele ser compartido: la ‘barra’ del café es una tribu generalmente cerrada, endogámica, con códigos, rituales, reglas de comportamiento y hasta una ética propia, que se ha dado un territorio y lo ha marcado con fronteras imaginarias pero precisas - es usual que la barra se reúna siempre alrededor de la misma mesa -, límites muy difíciles de traspasar o cuyo franqueo, en todo caso, exige ceremonias de iniciación, o ritos de pasaje implícitos pero rígidamente codificados. La ‘barra’ es una micro sociedad sumamente exigente, a la que no cualquiera pertenece, y que espera una casi incondicional fidelidad: ‘traicionar’ a la barra, como traicionar a la patria, se castiga con el ostracismo y la perdida de la ‘ciudadanía’; alguien que ha sido expulsado de una barra, difícilmente tendrá cara para volver a pisar el café, es decir, el territorio tribal del cual ha sido exiliado.”

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