Cafetín de Buenos Aires

Sobre tus mesas que nunca preguntan lloré una tarde el primer desengaño

Cafetín

Por los viejos cafetines siempre rondan los recuerdos de un país y de un amor.

Café la humedad

Café La Humedad, billar y reunión. Sábado con trampas.¡Qué linda función!

Relatos, hoy: cafetín Buenos Aires

lunes, 16 de julio de 2012

Enclavado en pleno corazón de Versalles, una esquina de la calle Nogoya resulta el sustento arquitectónico del Cafetín Buenos Aires, aquel que durante mi adolescencia supo cobijarme en las tardes, cuando el faltazo se imponía a la obligación de ir a la escuela. El Buenos Aires mantiene intactas las características del típico café de barrio. Su entrada por la ochava, con sus mesas más codiciadas a uno y otro lado del acceso; el salón familiar, separado del resto por un tabique de madera con vidrio fumé verde, que recataba a las familias y al fondo, la única mesa de billar, la misma en la que Larry me enseñara mis primeras carambolas, apenas iluminada en la penumbra constante del café.


Al igual que todos los cafés de barrio, el mío, reunió los requisitos básicos: la lampara violeta ahuyenta insectos que ya no encendía ni mata moscas, pisos de pinotea que extrañaban épocas de brillo y lustre, un vetusto televisor que devolvía imágenes en blanco y negro, viejos banderines futboleros, espejos fileteados por un emulo de don Martiniano Arce y allá arriba, bien arriba, estoicas botellas que jamás se abrirán y que permanecerán como mudos testigos de un gusto que pasó.


Hoy volví, después de mucho tiempo. Algunos parroquianos esparcidos en el lúgubre salón, permanecen como congelados en el tiempo, ya no visitan señoras ni niños el salón familiar, pero los viejos clientes del Buenos Aires, jamás abandonan sus mesas, al igual que en aquel bar del infierno de Alejandro Dolina, parecen no poder retirarse nunca de ese refugio que aún los contiene después de tantos años. Como será, que ni hace falta consumir para permanecer sentado ante sus mesas. Convertido en la extensión de la propia casa, alguno de ellos, pierde su mirada en el horizonte que le fija la ventana, ¡vaya a saber tras de que grato recuerdo!


Pero, algunos detalles, esos que la modernidad dicta que no dan para más y que los desaprensivos de siempre se encargan de destruir, jamás cambiarán en el Cafetín Buenos Aires ¡por suerte! Este sigue siendo, en su ceremonioso silencio, el confesionario de una iglesia sin cura con la amistad por altar; el lugar del mitin político que la profesionalización mediática extinguió; el vermouth con soda servido en el medio martona; el cortado en vaso de vidrio con terrones de azucar; todos ellos: ritos que mantienen la ilusión de la eternidad, al decir de Jorge Göttling.


Que suerte que pudo sobrevivir a las refacciones noventosas en las que muchos sucumbieron. Se aferró al pasado para que podamos volver a él y recordar a los viejos amigos que ya no vemos; a fumar un pucho a escondidas por esa bendita ley; a reencontrarnos con esas lágrimas ante el primer desengaño, ahogadas en un vaso de vino tinto, a tratar de tirar, con menos vista, nuevas carambolas... Que suerte que una pueda refugiarse en sus rincones y cuanto mejor, que aún resista, para volver de tanto en tanto y no quedar en el olvido.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Acá se filmó "El hijo de la novia"? ¿Es este el restaurante del protagonista, el personaje de Ricardo Darín?

moo dijo...

lamentablemente no lo se. Gracias por pasar